Proteger la literatura tradicional

En todas las generaciones de escritores ocurre lo mismo: un grupo defiende la literatura experimental, la narrativa vanguardista, la novela como entidad evolutiva que se yergue sobre el cadáver de sus antecesoras; y otro protege la literatura tradicional, la ficción de carácter autóctono, el estilo que sigue el camino trazado por sus predecesores. Ninguno de los dos tipos de escritores tiene más razón que el otro, ninguno es más afín al ‘espíritu de los tiempos’ que su contrario, ninguno merece la atención del público si no trae el soporte de una obra de gran calado. Simplemente son dos formas de encarar el trabajo de novelista y ambas encuentran asiento entre los lectores: la primera, gusta más a los modernillos, a los rupturistas, a los transgresores, y la segunda, a los clasicones, a los continuistas, a los tradicionales. Y así ocurre –y seguirá ocurriendo- en todas las generaciones de escritores, en todas las etapas de la literatura española, en todas las discusiones de la prensa especializada. Es, por llamarlo de algún modo, el eterno retorno del debate literario.

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